La exposición se celebró del 15 de Abril al 8 de mayo de 2021 en la Galería Art Enllà de Barcelona.
Textos del libro «Conversaciones espaciales» editado con motivo de la exposición.
En ocasiones, al pasear por una larga playa, nos vamos encontrando obsequios cedidos por el mar. Los vamos mirando sin esfuerzo y los vamos recogiendo por su belleza y singularidad. Se los ofrecimos a nuestros hijos en su infancia y ya antes se los habíamos ofrecido a nuestros padres y ellos a nuestros abuelos, y de esta manera, apareció la primera escultura. Así lo he creído y sentido desde que me hice escultor.
Esas piedras, maderas, cristales, y también cerámicas y plásticos en nuestros días, son bellas por su tiempo y su “bondad”.
Sus aristas desaparecieron tal como si los males hubiesen abandonado aquellos materiales tras su ruta detrítica.
Entonces, después de casi tres décadas de visitas, recuerdo la sensación que me producen las obras de Pablo Leonardo al entrar en las salas de exposiciones. Las galerías de arte y las rondas del mar son mis paisajes más queridos para caminar sosegadamente. Mis ojos siempre se detienen en los testimonios de esas manufacturas de materia de Pablo el escultor y vengo a recordar las ondas del mar y otros movimientos en “duna”, en arena fina. Venden arena fina, también los niños, cuando juegan.
Al invitarnos a coser con palabras alguna explicación de las esculturas de Pablo Leonardo, enseguida nos vienen a la poderosa imaginación mental las ideas de suavidad, fluidez, pulsión y continuidad. También aparece el concepto lógico de “pieza” y sus conjuntos y el de “despiece”, porque Pablo Leonardo es un batería de fondo. Es un maestro de las máquinas del escultor con sus timbales, sus platillos, sus cajas y sus bombos que hace sonar al ritmo de baquetas y escobillas. Es decir, no solo es un bajo; suenan metales y ritmos en sottovoce. Me refiero a que estamos ante un corredor solitario del “fondo de la materia”. Si algo caracteriza su obra es la extraordinaria contención del tiempo en ese cuidado de la materia. Una materia llena de cuidados que Pablo vela y desvela como nadie.
Y la madera nos cuenta sus historias de invierno y primavera en sus aguas talladas y en sus pulidos exquisitos; nunca excesivos, nunca con el brillo adulador de los que barnizan buscando el foco de la galería. Entonces las fibras danzan bajo sus manos en roces y presiones bien controladas.
Los escultores hablamos mucho de la fuerza, del golpe, de la percusión y la abrasión. Pero, al igual que es más fácil definir qué es dibujar que definir el dibujo, nos cuesta mucho explicar qué es la escultura pero no tanto su verbo: esculpir. En el caso de Pablo, al que he tenido el privilegio de ver trabajando muchas noches y días, me inclino más a hablar de presiones, recortes y roces. No me parece que este escultor golpee o erosione lo que toca. Sus esculturas se han creado bajo presiones confirmadoras, moduladoras. Pablo “aprieta” para desplazar la materia. Sus lijadoras (el carborundum) y sus raspas (los pequeños dientes de metal de las escofinas) son los que trabajan gobernados por este escultor. Así, del mismo modo en que las bellas piedras de las playas las proyectó el mar en su constante vaivén.
También hay en Pablo un corte especial que se muestra sutilmente sinuoso y preciso en la sierra-cinta y, sobre todo, en el roce meditado y bien dirigido de sus acabados finales.
Esas esculturas inician y toman múltiples direcciones y sugerencias vectoriales. Porque Pablo Leonardo, como Eduardo Chillida, posee muchas extensiones y elevaciones al atento observador. Podríamos hablar, con permiso, de formas abiertas y formas cerradas en una ayuda reduccionista para resolver las complejas intenciones de este escultor. Sus esculturas circulares o cerradas las veo más como “islas” en un océano de muros blancos, como un oasis en el espacio; aunque veremos que Pablo también ha pensado en archipiélagos más bañados de interrelaciones formales. Esas islas las veo como instantes vividos por nubes, no son formas encapsuladas, tienen vocación biológica, celular y acogedora.
De las esculturas abiertas cabría hablar infinitamente, de ahí que la complejidad descriptiva me supera, me desborda. Hagamos de nuevo, únicamente, un apunte. Pablo Leonardo parte de un concepto muy querido y clásico entre los de su gremio: la pieza, el módulo. Desde el primero nacerán los demás en una especie de génesis que ni el mismo autor quiere controlar del todo para que la libertad fraternice con la razón. La capacidad combinatoria de Pablo se multiplica entonces de tal manera, que huelgan mayores intentos de clasificación de sus formas. Tal como la batería acompaña a un conjunto de Jazz a altas horas de la noche, Pablo reúne y altera cada módulo y nos sorprende porque: nunca llegamos a adivinar si estirará o comprimirá el valle de la superficie o el extremo final de una madera en el silencio del aire.
Me quedan en el tintero otros exquisitos sabores por comentar de este escultor y amigo, como sus diálogos con el movimiento o su idea de la “sustentación” de cada obra. Señalo como excepcional su estudio de la relación de las formas con el plano del suelo, a lo Calder, pero con el balanceo de hermosos discos de madera, como arquitecturas vivas y pivotantes.
Por último, resguardándome de la tormenta de sugerencias que su obra me provoca, quiero puntualizar que Pablo Leonardo se aleja del anclaje, del perforado y de la evidencia mecánica y circula, de nuevo, amagando espigas y mechas en micro esculturas, en ese aroma poético de que todo sea fluido, suave, armónico, de que todo sea sinceramente bondadoso.
«Yo no intento expresar nada concreto con mi música.
Funciono como un receptor de radio que capta las ondas que flotan en el espacio y las convierto en sonidos.»
Karlheinz Stockhausen
Hace miles de años que el ser humano empezó a dar forma a la piedra, la madera, el hierro y a construir objetos que cumplían diferentes funciones. Algunas prácticas, otras simbólicas, religiosas o sagradas, y otras que todavía no hemos logrado comprender. No me cuesta imaginar a Pablo Leonardo Martínez en una caverna del paleolítico, tallando y puliendo toscos pedazos de piedra o de madera para construir con ellos estas formas inquietantes, equilibradas y poéticas, siempre ordenadas con una precisión milimétrica sin que nadie pueda saber exactamente por qué las crea ni para qué sirven. Y es que las esculturas que Pablo crea no guardan ninguna relación con el mundo en que vivimos. No podemos encontrar, ni el artista quiere, que su obra guarde similitudes con nada de nuestro entorno. No le interesa representar ni inspirarse en la naturaleza ni el ser humano, y mucho menos de nuestro entorno como sociedad. Estamos pues, ante una obra que surge de lo más profundo del ser humano. Si lo prefieren, en este caso, del subconsciente del artista. Un mundo interior poblado de formas geométricas, líneas y volúmenes que Pablo como artista articula creando unas esculturas que no se pueden entender si no aceptamos que únicamente son lo que vemos y podemos tocar.
Pablo Leonardo no es el primer escultor en la historia que se adentra en estos territorios; antes que él, artistas como Julio González, Brancusi, Jacques Lipchitz, László Moholy-Nagy, Jean Arp, o David Smith optaron también por crear esculturas lejos de referenciar la realidad tal y como la entendemos. Hablamos de esculturas abstractas, formas y volúmenes creados que no pretenden ni inspirarse ni recrearse en una visión personal del mundo que nos rodea. Estaríamos tratando de razonar sobre formas que trabajan bajo sus propios códigos, su peculiar manera de ensamblarse para configurar lo que cada artista entiende como una pieza terminada. Los demás solo aceptamos definirla como escultura.
Se han escrito cientos de miles de páginas sobre el arte abstracto, miles de teorías y todas ellas posibles, pero ninguna que consiga hacer comprensible en el plano de lo racional aquello que sencillamente es imposible de comprender. Así pues, me permito recomendarles que no intenten comprender, sino que traten de sentir más allá de la lógica con la que a menudo procuramos entender el mundo que nos rodea. Quisiera ilustrar esta idea con una anécdota personal. En 1968, con dieciséis años, un servidor vio por casualidad una gran exposición de Joan Miró en el Antiguo Hospital de San Pablo, en Barcelona. Les puedo asegurar que en aquella época ni sabía quien era Joan Miró, ni había oído hablar siquiera de él. La contemplación de esos cuadros me conmocionó de tal modo que pocos días después pasé a encerrarme días enteros, horas y horas, en la Biblioteca de Cataluña. Durante casi un mes leí todo lo que encontré sobre Miró y los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX. La contemplación de aquellas obras cambió el rumbo de mi vida y despertó para siempre en mí la pasión por el arte. Hoy día, pasados tantos años, debo admitir que ni entonces ni ahora he logrado comprender la fascinación que sentí aquel día de 1968 ante los cuadros de Miró. La explosión de formas y colores primarios, aquellos signos extraños que flotaban en medio de la tela creando un universo tan personal como hermético me produjeron una fuerte e impenetrable sensación de atracción. En ningún momento me pregunté qué significaban aquellas formas, ni que quería expresar su creador al hacerlas. Únicamente puedo afirmar que conectaron conmigo de un modo irracional y que me atraparon para el resto de mi vida. Joan Miró todavía me sigue pareciendo un verdadero mago, un creador capaz de construir el universo que consiguió abrirme los ojos a un mundo poblado de signos misteriosos, formas y color sin el cual ya no podría vivir. Esa es, para mí, la verdadera magia del arte. Hoy, contemplando las esculturas de Pablo Leonardo, me vuelve a suceder exactamente lo mismo. Han pasado más de cincuenta años y vuelvo a sentir estas esculturas conectando conmigo de un modo arrebatador.
Debo admitir que últimamente he estado muchas veces en el taller de Pablo viendo sus esculturas terminadas y otras todavía en proceso de construcción, y siempre he tenido la sensación de ser un verdadero afortunado por poder presenciar, en la propia caverna, al hombre-escultor construyendo un mundo diferente, un mundo poblado por extraños volúmenes que se ensamblan los unos a los otros, componiendo entes parecidos a edificios o naves futuristas, con módulos imposibles y pasarelas que los comunican entre ellos. También he podido ver en el taller otros inquietantes objetos que bien podrían ser talismanes o tótems de culturas que nunca han existido, así como otras esculturas que se asemejan a puzzles hechos con piezas sueltas de esqueletos de animales extinguidos o imaginados.
Hay que tener en cuenta que estas definiciones tan solo responden a la necesidad de encontrar palabras con las que asomarse a una obra de tal apertura. La tarea de describir la apariencia de las esculturas de Pablo Leonardo es difícil pero estimulante. Otra manera de abordarla sería tal vez a través de las propias palabras del artista. En este sentido, Pablo Leonardo cita a veces en sus conversaciones las fuerzas telúricas o las energías cósmicas al referirse a su obra. Se trata de temas que le generan una curiosidad infinita, lo mismo que la biología o la ciencia en su sentido más amplio. Lo cierto es que desde tiempos remotos el ser humano sintió y todavía siente la necesidad de emprender aventuras difíciles de explicar y consecuentemente difíciles de entender.
Pese a que la carrera artística de Pablo Leonardo no es de las más copiosas ni de las más prolíficas, su obra es resultado de una labor constante, de una búsqueda concienzuda y extremadamente personal. En sus inicios, Pablo Leonardo trabaja con materiales como el hierro, el acero, resinas y fibra de vidrio, buscando las transparencias y la luz de las formas básicas y la simplicidad. El propio proceso de producción y las características de los materiales generaba cierto grado de calidez en la mayoría de las esculturas, que a menudo partían de formas geométricas como elipses, círculos o conos. Estas esculturas fueron expuestas en la Galería Safia de Barcelona en 1996. Años después Pablo incorpora nuevos materiales para lograr un efecto más frío y aséptico en sus construcciones. La utilización del acero le propició unos acabados que únicamente se podían conseguir cortando las piezas con láser y de este modo surgen obras de mayor tamaño, que pueden montarse y desmontarse como si de un puzzle se tratara. También durante este periodo aparecen los primeros tótems, piezas verticales y estilizadas donde el artista incorpora la madera. En estas piezas ya podemos observar las constantes que hasta hoy vemos en toda su obra. Una radicalidad estilística que surge del mundo interior y que se expresa mediante estas piezas perfectamente ensambladas en madera y hierro que parecen elevarse proclamando un ansia de libertad. En esta época el artista empieza a usar el hierro colado, que sumado a la madera y el acero le llevan a crear piezas mucho más orgánicas y donde las curvas cobran un protagonismo muy relevante en la serie ‘Composiciones circulares’, que le acompaña hasta la actualidad. Formas ovales que se entrecruzan entre ellas, se superponen y crean un ensamblaje de piezas de carácter onírico, y que pretenden establecer la complicidad con el espectador por ser esculturas que tienen la posibilidad de plantarse en el plano desde varias posiciones. Posteriormente cabe destacar un cambio en su aproximación a los acabados. Pablo completa algunas de sus piezas añadiendo una capa de pintura blanca que a menudo deja entrever la madera original con que la pieza ha sido tallada. En otras mantiene el acabado en madera natural, preocupado siempre por la manera de unir los elementos que componen la obra. Son piezas fieles a su repertorio de siempre, algunas estableciendo su base sobre superficies de suelo o peana y otras formando estructuras colgantes de paredes y techos. En todas ellas se puede apreciar la constante investigación que el autor dedica a su trabajo. La semejanza de algunas obras nunca es casual ni arbitraria: es el resultado de un proceso casi obsesivo por encontrar nuevos caminos y nuevas formas de expresión. Sus trabajos más recientes están hechos exclusivamente con madera tallada de todo tipo: Ébano, Iroko, Roble o Granadillo. En la actualidad Pablo trata de recuperar la calidez de sus primeras obras con un lenguaje nuevo. La capa de pintura con la que termina alguna de estas piezas les confiere un carácter irreverente, sin importar esconder la textura y calidad de las distintas maderas que utiliza. Como si quisiera disimular la nobleza de la materia prima, esta capa de pintura industrial queda en primer término ocultando la verdadera razón de ser de la pieza.
Quizás el autor pretende enmascarar su trabajo, o quizás solo pretende jugar con nosotros. En cualquier caso, estamos ante unas esculturas brillantes, excepcionalmente bellas, sobrias y cargadas de misterio. Cuarenta años dedicado exclusivamente a construir sus esculturas. Cuarenta años hurgando en su mundo interior para ofrecernos estos inspiradores y bellos objetos que nos acompañarán el resto de nuestras vidas.
Texs from the book «Conversaciones espaciales» edited for the exhibition
Sometimes, when walking along a beach, we find gifts given by the sea. We look at them effortlessly and we collect them because of their beauty and uniqueness. We offered them to our children in their childhood and before that, we had offered them to our parents and them to our grandparents, and thus the first sculpture appeared. That is how I have believed and felt it to be since I became a sculptor.
These stones, woods, crystals, and also ceramics and plastics in our days, are beautiful for their time and their “goodness”. Their edges disappeared as if the evils had abandoned those materials after their detrital path.
After almost three decades of visits, I remember the feeling that Pablo Leonardo’s work gives me when entering the exhibition halls. The art galleries and the paths near the sea are my most beloved landscapes to walk peacefully. My eyes always stop at the testimonies of the manufactured matter of Pablo the sculptor and I come to remember the waves of the sea and other movements resembling “dunes”, fine sand. The children too sell fine sand when they play.
When inviting us to sew with words some explanation of Pablo Leonardo’s sculptures, the ideas of softness, fluidity, pulsion, and continuity immediately come to our powerful, mental imagination. The logical concept of “piece” and its ensembles, and that of “dismantling” also appears, because Pablo Leonardo is a drummer in the background. He is a master of the sculptor’s machines with his timpani, his cymbals, his snare drums, and his bass drums, which he plays to the rhythm of drumsticks and brushes. That is to say, he is not only a bass; brass and rhythms sound in sotto voice. We are facing a lonely runner from the “bottom of the matter.” If anything characterizes the work of Pablo Leonardo Martínez that would be the extraordinary containment of time in his care for matter. A matter full of carefulness that Pablo watches over and unveils like no one else.
And the wood tells us its stories of winter and spring in its carved waters and in its exquisite polishes; never excessive, never with the flattering brilliance of those who varnish looking for the spotlight of the gallery. Meanwhile, the fibers dance in Pablo’s hands in well-controlled friction and pressure.
Sculptors talk a lot about strength, stroke, percussion, and abrasion. But, just as it feels much easier to define what drawing is rather than defining the act of drawing, explaining what sculpture is seems too difficult, but not if we try to explain its verb, ‘sculpting’. In the case of Pablo, whom I have had the privilege of seeing work many nights and days, I feel rather inclined to talk about pressure, cuts, and friction. It does not seem to me that this sculptor hits or erodes what he touches. His sculptures have been created under confirming, modulating pressures. Pablo squeezes to make the matter move. His sanders (carborundum) and his scrapes (the rasps’ small metal teeth) are the ones who work under this sculptor. Pablo’s process resembles that of the beautiful stones of the beaches, which are sculpted by time and sea in its constant fluctuation. There is also a special cut in Pablo that subtly shows itself sinuous and precise on the bandsaw, and above all, in the thoughtful and well-directed rubbing of its final touches.
These sculptures initiate and take many directions and vector suggestions, because Pablo Leonardo, like Eduardo Chillida, has many extensions and elevations to the attentive observer. We could speak, if permitted, of open forms and closed forms in a reductionist aim to solve the complex intentions of this sculptor. His circular or closed sculptures resemble islands in an ocean of white walls, like an oasis in space; although Pablo has also thought of archipelagos bathed in formal interrelations. These islands, like instants lived by clouds, are not encapsulated forms but rather have a biological, cellular, and welcoming vocation.
One could infinitely talk about open sculptures, hence the descriptive complexity surpasses me, overwhelms me. Again, allow me a brief note: Pablo Leonardo starts from a very beloved and classic concept among those of his guild: the piece, the module. From the first one, the others will be born in a kind of genesis that not even the author himself wants to control completely so that freedom fraternizes with reason. The combinatorial capacity of Pablo is then multiplied in such a way that further attempts to classify his forms. Just as the drums accompany a late-night Jazz ensemble, Pablo assembles and alters each of the modules and surprises us because we never get to guess whether it will stretch or compress the valley of the surface or the end of the wood in the silence of air.
I still have other exquisite flavors to comment on by this sculptor and friend, such as his dialogues with movement or his idea of the sustenance of each work. I note as exceptional his study of the relationship of forms with the ground plane, a la Calder, but with the balancing of beautiful wooden discs, such as living and pivoting architectures.
Finally, sheltering myself from the storm of suggestions that his work provokes in me, I want to point out that Pablo Leonardo moves away from anchoring, perforation, and mechanical evidence, and circulates -again- feigning spikes and wicks in micro-sculptures, in that poetic aroma in which everything is fluid, smooth, harmonious, where everything is sincerely good-natured.
“I don’t try to express anything specific with my music.
I function as a radio receiver that captures the waves floating in space and converts them into sounds.”
Karlheinz Stockhausen
Thousands of years ago human beings began to shape stone, wood, iron and with these materials, started to build objects that fulfilled different functions. Some were practical, others symbolic, religious, or sacred, and others we have not yet managed to understand. It is not difficult to imagine Pablo Leonardo Martínez in a Paleolithic cave, polishing and carving stone and wood, transforming this raw matter into these disturbing, balanced, and poetic figures. He creates them with millimetric precision without anyone being able to know exactly why does he create them or what are they meant for. In fact, the sculptures that Pablo creates do not bear any relationship with the world in which we live. We cannot find —nor does the artist want us to— similarities between his work and anything in our environment. He is not interested in representing or being inspired by nature or humans, much less by our ways as a society. We are, therefore, in the presence of a work that arises from the depths of the human being, or moreover, from the artist’s subconscious. An inner world populated by geometric shapes, lines, and volumes that Pablo as an artist articulates creating sculptures that cannot be understood if we do not accept that they are solely what we see and can touch.
Pablo Leonardo is not the first sculptor in history to enter these territories. Before him, artists such as Julio González, Brancusi, Jacques Lipchitz, László Moholy-Nagy, Jean Arp, or David Smith also chose to create sculptures far from referencing reality as we understand it. We are talking about abstract sculptures, shapes, and made-up volumes that are not intended to be inspired or recreated by a personal vision of the world around us. We would be trying to reason about figures that exist inside of their own codes and their peculiar way of assembling themselves to configure what each artist understands as a finished piece. The rest of us plainly accept to define them as sculptures.
Hundreds of thousands of pages have been written on abstract art, thousands of theories, all of them possible, but none that manages to make comprehensible on the rational plane, what is simply impossible to understand. On account of this, I would recommend that you do not try to understand, but make the effort to feel beyond the logic with which we often try to understand the world around us. I would like to illustrate this idea with a personal anecdote. In 1968, at the age of sixteen, I came across a large exhibition of Joan Miró at the former Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, in Barcelona. I can assure you that at that time I didn’t even know who Joan Miró was, nor had I even heard of him.
Stumbling on those paintings shocked me in such a way that a few days later I locked myself up for entire days, hours and hours, in the National Library of Catalonia. For almost a month I read everything I found about Miró and the avant-garde movements of the early 20th century. The contemplation of those works changed the course of my life and forever awakened my passion for art.
Today, after so many years, I must admit that neither then nor now have I been able to understand the fascination that I felt that day in 1968 with Miró’s paintings. The explosion of shapes and primary colors, those strange signs that floated in the middle of the canvas creating a universe as personal as it was hermetic, produced a strong and impenetrable sensation of attraction in me. I never wondered what those shapes meant, or what his creator wanted to express by making them. I can only state that they connected with me in an irrational way and that they trapped me for the rest of my life. Joan Miró still seems like a true magician to me, a creator capable of building a universe that managed to open my eyes to a world full of mysterious signs, shapes, and color, without which I could no longer live. That is, in my opinion, the true magic of art. Today, contemplating the sculptures of Pablo Leonardo, the same exact thing happens to me. More than fifty years have passed and I again feel these sculptures connecting with me in a deeply captivating way.
I watched Pablo work in his workshop, watching his finished sculptures and others still in the process of construction. The sculptor built a different world, a world populated by strange volumes that are assembled one to the other, composing entities similar to futuristic buildings or ships, with impossible modules and walkways that communicate between them. The workshop nested series of other disturbing objects, reminiscent of totems from cultures that have never existed, as well as other sculptures that resemble puzzles made with loose pieces of extinct animal skeletons.
Any definition of his work only responds to the need to find words with which to peer into a work of such openness. The task of describing the appearance of Pablo Leonardo’s sculptures is difficult but invigorating. Another way to approach it would be through the artist’s own words. In this sense, Pablo Leonardo sometimes cites telluric forces or cosmic energies in his conversations when referring to his work. These are subjects that set up infinite curiosity in him, as it happens with biology or science in its broadest sense. The truth is that since ancient times the human being has felt the need to undertake adventures that appear difficult to explain and, consequently, difficult to understand. Despite the fact that Pablo Leonardo’s artistic career is not one of the most copious or prolific, his work is the result of constant work, a conscientious and extremely personal quest.
In his early days, Pablo Leonardo worked with materials such as iron, steel, resins, and fiberglass, seeking transparency and light through basic shapes and simplicity. The production process itself and the characteristics of the materials created a certain degree of warmth in most of the sculptures, which often emanated from geometric shapes such as ellipses, circles, or cones. These sculptures were exhibited at the Safia Gallery in Barcelona in 1996. Years later Pablo incorporates new materials to achieve a colder and more aseptic effect in his constructions. The use of steel gave him finishes that could only be achieved by cutting the pieces with laser and thus larger works emerge, which can be assembled and disassembled as if they were puzzles. Meanwhile, during this period the first totems appear: vertical and stylized pieces where the artist incorporates wood. In these pieces, we can already observe the constants that we still see today in all of his work. A stylistic radicalism that emerges from the inner world and that is expressed through these perfectly assembled pieces in wood and iron that seem to rise up proclaiming a desire for freedom. The artist began to use cast iron, which together with wood and steel, led him to create much more organic pieces, curves playing a very relevant role in the series ‘Circular compositions’, which has accompanied him until the present. Oval shapes that intersect with each other, overlap and create an assembly of dreamlike pieces, which seek to establish complicity with the viewer, as they are sculptures that present various possibilities for their assembly on a flat surface. Subsequently, it is worth highlighting a change in his approach to the finish of his recent works. Pablo completes some of his pieces by adding a layer of white paint that often reveals the original wood with which the piece has been carved. In other pieces, he maintains the natural wood finish, always concerned about finding ways to unite the elements that construct the whole work. Always faithful to his usual repertoire, some of these pieces establish their base on floor or pedestal surfaces while others form hanging structures on walls and ceilings. In all of them, the constant research that the author dedicates to his work can be appreciated. The resemblance among creations is never accidental or arbitrary: it is the result of an almost obsessive process of finding new paths and new forms of expression. His most recent works are made exclusively with carved wood of all kinds: Ebony, Iroko, Oak, or African Blackwood/Grenadilla. Nowadays, Pablo tries to get back the warmth of his early works with a new language. The layer of paint with which he finishes any of these pieces gives them an irreverent character, regardless of hiding the texture and quality of the different woods that he uses. As if he wanted to hide the nobility of the raw material, this layer of industrial paint is hiding at its core the true raison d’être of the piece.
Perhaps the author intends to disguise his work, or perhaps he is just trying to play games with us. Whatever it may be, we are before sculpture that is brilliant, exceptionally beautiful, sober, and full of mystery. Forty years dedicated exclusively to building his sculptures. Forty years delving into his inner world to offer us these inspiring and exquisite objects that will accompany us for the rest of our lives.